EL ESPACIO PÚBLICO COMO LABORATORIO INTERCULTURAL CONTEMPORÁNEO

El espacio público como espacialización de la construcción social

(Comunicación presentada en el XI Congreso Internacional de Antropología Filosófica, de la SHAF con el título “La interculturalidad en diálogo. Estudios filosóficos”, celebrado en la Universidad de Castellón los días 14-16 de Mayo de 2014) (*)

Según la definición de la Real Academia de la Lengua española, cultura es, en su primera acepción,
     “Conjunto de conocimientos que permiten a alguien desarrollar su juicio crítico.”
En su segunda acepción,
      “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimiento y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc”

En esta propuesta localizada en el contexto temporal actual y en el espacio definido por el sistema capitalista, abordaremos la cultura como el conjunto de modos de vida propios del “hombre último”, aquel hombre y aquella mujer que viven en un permanente flujo de experiencias y que conducen su vida como usuarios terminales de sí mismos y de sus oportunidades (Sloterdijk, 1994 pág. 99)

En este sentido, no entendemos el capitalismo como un sistema de producción, sino como un sistema orientado a la vivencia,

    “El capitalismo implica el proyecto de trasladar la vida entera de trabajo, deseo y expresión de los seres humanos, captados por él, a la inmanencia del poder adquisitivo” (Sloterdijk, 2007 pág. 211)

Hamilton

«Y qué es lo que hace a los hogares de hoy en día tan diferentes, tan atractivos» Richard Hamilton

La interculturalidad es considerada en esta investigación, como una condición de cultura para ese hombre último aculturizado, por cuanto es una forma de cultura que cohabita transversalmente con cualquier otra forma de cultura local.

Nuestra tesis sostiene que, el espacio público, como el escenario concreto donde la vida social se produce, acoge procesos de ocupación que muestran la tendencia a la resistencia que el hombre y la mujer contemporáneos oponen al proceso de globalización que implica la homogeneización del sistema de vida capitalista.

Consideramos como interlocutor para este argumento a Peter Sloterdijk, por cuanto su obra trata de traducir el debate sociológico contemporáneo a una poética del espacio. (Sloterdijk, 2007 pág. 180)

Según el autor,

     “Si hubiera que explicar de forma brevísima qué modificaciones ha producido el siglo XX en el ser-en-el-mundo humano, la información rezaría: ha desplegado arquitectónica, estética, jurídicamente la existencia como estancia; o más simple: ha hecho explícito el habitar” (Sloterdijk, 2006 pág. 383)

Con ello, pretende mostrar la traslación que ha sufrido la ciudad, que, estando en el centro del mundo, ha pasado a ser un emplazamiento en una red de lugares.

“La vida se articula en escenarios simultáneos, imbricados unos en otros, se produce y consume en talleres interconectados. Pero lo decisivo para nosotros: ella produce siempre el espacio en el que es y que es en ella” (Sloterdijk, 2006 pág. 23)

Pero para concluir esta afirmación, es necesario profundizar en las bases de su pensamiento. Sloterdijk propone una comprensión de la globalización actual, a través de la metáfora de un palacio de cristal donde todo el espacio de la vida está contenido y calculado. Un espacio suficientemente amplio como para no necesitar salir nunca, capaz de acoger cómodamente tanto a los que lo aceptan como a los que lo niegan, pues su transparencia permite la ilusión del afuera. (Sloterdijk, 2007 págs. 210-211)

Su análisis de la historia argumenta una primera etapa que denomina la “globalización terrestre” y que supondría el periodo de tiempo comprendido entre el siglo XV y la etapa posterior a la II Guerra Mundial [1] . Este periodo sería el propio de la conquista y colonización de la tierra como soporte de las culturas locales, y el que propiamente podría denominarse historia. En este periodo la sociedad, constitutiva de la cultura, es considerada como un receptáculo de paredes gruesas y sólidas vinculadas a una tierra, a unos símbolos y normalmente, a una lengua.

El cambio fundamental, en clave cultural, se produce cuando aparece la crisis de forma de la sociedad de masas, la del hombre último, el cual ya no encuentra un grado suficiente de inmunidad en la comunidad propia.
Así, surge un nuevo sujeto histórico tan diverso como homogéneo, cuya descripción podríamos encontrar en la definición que Tiqqun hace del Bloom.

  “Pues el Bloom, al no ser una individualidad, no se deja caracterizar por nada de lo que dice, hace o manifiesta. Para él cada instante es un instante de decisión. No posee ningún atributo estable. Por más insistente que sea su repetición, ningún hábito es susceptible de conferirle ser. Nada se adhiere a él y él no se adhiere a nada de lo que parece suyo, ni siquiera la “sociedad” que quisiera apoyarse en él. Para arrojar algunas luces sobre este tiempo, hay que considerar que, por un lado está la masa del Bloom y, por otro, la masa de los actos. Toda verdad deriva de esto.” (Tiqqun;, 2005 pág. 53;55)

El Bloom como una masa de sujetos que en todo caso, según Sloterdijk, están caracterizados por tomar sobre sí la esfera de preocupaciones que antes afectaban a los políticos que se habían entrenado en un atletismo de estado (Sloterdijk, 1994), entendido este como la instrucción en una cultura superior que trata la esfera de los problemas universales. La post-historia o la postmodernidad es según el autor [2] , la época “después de Dios”, después de que ya no es posible definir una tarea común.

Este periodo, desde el punto de vista cultural, habría comenzado en la era industrial, cuando la burguesía surgió como nuevo sujeto histórico que desde nuestro punto de vista se constituiría a través de la espacialización de nuevos lugares urbanos proyectados con la lógica de la razón técnica y, como apunta Saskia Sassen (Sassen, 2010), con la institución de un nuevo marco de autoridad y derechos, jurídica y normativamente construidos.

Paradójicamente, el sujeto burgués basó su identidad en la falta de la misma. Fue necesario dejar al margen de la vida pública todo lo contingente, todo lo que condicionaba tanto los privilegios del clero o la nobleza, como las limitaciones del campesinado o los gremios artesanales. Esta era la base de una vida pública que también aspiraba a representarse en un espacio público diferente a aquel en el que tradicionalmente la corte se había escenificado. El sujeto histórico burgués se definió a sí mismo con base en los conceptos de igualdad, libertad y derecho, y conquistó la diferenciación del ámbito público y del privado, tanto en lo personal como en lo espacial. La ciudad se llenó entonces de espacios para la actividad productiva, la representación administrativa y la relación social, mientras que lo contingente, aquello que definía en lo más íntimo a cada individuo en relación con los otros, se ocultó en el ámbito doméstico. Cuando las mujeres comprendieron que la igualdad promulgada lo era sólo para los hombres, surgió la reivindicación de igualdad también para ellas. Esta fue la base del movimiento feminista del siglo XIX, pero no la única. Si consideramos el proletario como la otra cara de la moneda que construye el sujeto burgués, el campesinado o el colectivo de los artesanos tampoco formaron parte de esta nueva carta de constitución histórica. Por supuesto, tampoco el extranjero. Podríamos llegar a hilar más fino si consideramos la división pragmática de ciencia técnica y humanismo, e identificar en este sentido el aislamiento del humanismo como parte no activa de la construcción de ese sujeto histórico fundamental, que si no era necesariamente el más numeroso en términos de población durante el siglo XIX, sí tenía la potencia fundante de un nuevo tiempo histórico.

Las manifestaciones espaciales de este sujeto fueron de dos tipos: por un lado, nuevas clases de espacio público como los alargados boulevares donde pasear y exhibirse, las amplias, higiénicas y racionalizadas avenidas arboladas configuradas por edificaciones estandarizadas que reivindicaban la homogeneidad de los hombres urbanos…los parques, los jardines urbanos…; por otro, nuevos usos propios de una economía capitalista pero también del ocio proletario como parte de la producción del “tiempo que resta”. En este grupo se incluirían en el ámbito de lo productivo las sedes bancarias, las compañías de seguro, las oficinas de sociedades comerciales internacionales o las estaciones de ferrocarril, y en el ámbito del ocio, los teatros de variedades, los cines, los estadios deportivos, los centros comerciales, los salones de té o los parques de atracciones [3] .

La metamorfosis de este sujeto histórico burgués, el cual hemos identificado en la etapa de la globalización actual como Bloom en cuanto a su caracterización colectiva y como hombre último en cuanto a su horizonte, es un sujeto afectado por una forma de estrés planetario que lo hace consciente de la falta de implicación en la tarea común de una sociedad culturalmente constituida. Como indica Sloterdijk,

       «La cultura superior ha exigido demasiado a ese animal de grupos pequeños que es el homo sapiens, pues éste no ha sido capaz de engendrar prótesis emocionales y simbólicas para moverse por las grandes superficies” (Sloterdijk, 1994 pág. 78)

Es por ello que la organización inmunológica del hombre último se organiza en torno a aseguradoras, fondos de pensiones y el culto a la salud (Sloterdijk, 2007 pág. 186), consciente de que nadie hará por él o por ella lo que ellos mismos no hagan.

La tarea común ha desaparecido en un mundo globalizado y comprimido en el que la sincronización y la convergencia de los individuos, sólo se produce en el aquí y ahora de lo contingente. Es por ello que el Bloom puede manifestarse a favor de algo, y al día siguiente en contra de eso mismo, pues no logra salir del contexto inmediato que lo envuelve (Tiqqun;, 2005 pág. 21) como actualidad (Sloterdijk, 2007 pág. 172)

En este contexto, Sloterdijk argumenta el modo en que una nueva Ecúmene puede producirse, toda vez que ésta ya no parece poder constituirse en torno al concepto abstracto de futuro.

    “Las exigencias de la Segunda Ecúmene actual no se manifiestan tanto en que los seres humanos hayan de admitir por doquier que los seres humanos de cualquier otra parte son sus iguales (…), sino en que han de soportar la presión creciente de la cooperación, que les une frente a riesgos comunes y amenazas supranacionales, convirtiéndolos en una comuna autoconstrictiva. (…) Estrés autógeno es la base de todos los mecanismos de consenso y cooperación de gran formato” (Sloterdijk, 2007 pág. 173)

Esta Segunda Ecúmene tiene un correlato espacial. La neutralización de las distancias que ha traído la rapidez de los sistemas de comunicación terrestre y virtual, parece haber convertido el espacio en una magnitud ignorable dentro de una red de situaciones. Sin embargo, como apunta el filósofo,

   “Desde que el espacio como tal sólo significa ya la nada entre dos lugares de trabajo electrónicos…es previsible la dirección que tomará la resistencia contra estas des-realizaciones: la cultura de la presencia tiene que volver a hacer valer más pronto o más tarde, reforzados, sus derechos frente a la cultura de la representación y del recuerdo. La vivencia de lo extenso ha de defenderse frente a los efectos de las comprensiones, reducciones y sobrevuelos. (…)

El nuevo pensamiento del espacio es la rebelión frente al mundo contraído. El redescubrimiento de la lentitud va unido al de la extensión local.” (Sloterdijk, 2007 págs. 301-302)

Según la tesis de Sloterdijk, el error habitual de oponer lo local como antónimo de lo global, vincula esta pareja de palabras haciéndolas participar de un espacio semántico común, lo que permite pensar que lo universal es lo local sin barreras. Sin embargo, su argumentación llama la atención sobre la equipotencia [4] de los espacios homogéneos, lo que proporcionaría una nueva lectura al concepto de lo local.

    “En verdad el significado de “local” reside en la reacentuación de lo asimétrico con todas sus implicaciones. Se trata de un acontecimiento intelectual de cierto alcance, dado que con este acento sobre el lugar se anuncia un lenguaje para lo no-comprimido y no-abreviado. El acento local hace valer el derecho propio de lo extendido-en-sí, a pesar de los progresos de la descontextualización, de la comprensión, de la cartogafización y neutralización del espacio. Con el localismo, se podría decir, el existencialismo se reformula analítico-espacialmente” (Sloterdijk, 2007 pág. 303)

La recuperación de la conciencia de sí del hombre y la mujer contemporáneos, se produce en la extensión del aquí y ahora, haciendo del habitar un estar comprometido con la situación propia, tomando partido. En el lugar se echan raíces, haciendo que el cuerpo no esté en el espacio, sino que lo habite. Por ello, afirma

    “Donde se habita, cosas, simbiontes y personas se unen formando sistemas locales solidarios.” (Sloterdijk, 2007 págs. 303-304)

Desde esta perspectiva, la cultura como el conjunto de modos de vida que permiten desarrollar el juicio crítico, surge en la conjugación del “nosotros”, no tanto como la designación de un objeto grupal vinculado por unas determinadas prácticas culturales comunes, como en la constitución performativa de un colectivo por autoestímulo y autoespacialización. (Sloterdijk, 2007 pág. 304)

Bajo esta luz, es posible en nuestra opinión, diferenciar las prácticas espaciales de ocupación del espacio público en clave consumista, de nuevas formas de apropiación del espacio público como aprendizaje de una nueva forma de constitución ciudadana. En el primer caso podríamos incluir el consumo de los centros históricos como escenarios de una forma de turismo global (Muñoz, 2008), la celebración de exposiciones, ferias y ciclos, la reivindicaciones festivas de la diferencia por parte de colectivos cada vez más integrados socialmente –como el día del orgullo gay, las ferias para la promoción de la interculturalidad, etc-, o la adaptación de la cultura religiosa tradicional en clave turística. En el segundo grupo podríamos incluir las manifestaciones de grupos vecinales en apoyo a una familia que va a ser desahuciada, las reivindicaciones de grupos de interés en torno a problemáticas locales como la puesta en marcha de un carril bici en la ciudad, o la paralización de las obras de demolición de un determinado edificio histórico capaz de articular en torno a sí, los pocos vestigios de identidad comunitaria. Normalmente, las manifestaciones espaciales del segundo grupo se caracterizan por una menor recepción en los medios de comunicación y en las psiques políticas, empeñadas en enfrentarlas a las “mayorías silenciosas” que no las practican. En este sentido, la articulación de tales prácticas no es posible sin la mediación de organizaciones con intereses de amplio espectro, capaces de aportar la potencia de lo global. Así, las plataformas de organizaciones ecologistas, de protección del patrimonio, de demanda estructurada de mejoras sociales o de reivindicaciones de la diferencia, son las únicas posibilidades reales de conectar en la red de puntos global, la realidad del aquí y ahora de una determinada comunidad, con otros puntos equipotenciales donde esas prácticas son efectivamente recepcionadas.

La constitución de la Segunda Ecúmene se manifiesta, a nuestro entender, al margen de la idea de futuro, pero enfrentando la violencia de la aceleración. Por ello, la atención a las prácticas de ocupación de los espacios públicos se revela como el laboratorio apropiado donde observar las nuevas tendencias sociales. No es casual que, desde la planificación urbanística, el rediseño de los espacios públicos centrales de las ciudades globales, se haya convertido en una empresa política de gran envergadura. La reciente remodelación mediante concurso de la Puerta del Sol en Madrid, objeto de tantas manifestaciones y prácticas culturales espaciales, da muestra de ello. Entre los objetivos del concurso de ideas convocado por el Ayuntamiento, aflora la voluntad de impedir mediante el diseño, la concentración de colectivos temporalmente constituidos. La prohibición o limitación mediante normativas municipales de la ocupación de los espacios centrales para las manifestaciones, o la menos conflictiva ocupación de las plazas y calles peatonales con sillas y mesas de los locales hosteleros, confirman la preocupación que autoridades y lobbies de interés muestran al respecto.

Plazas duras sin posibilidad de ser utilizadas como ámbitos de concentración ciudadana

Desde que la sociedad burguesa del siglo XIX se apropiara del espacio público como práctica constitutiva de sus derechos sociales y urbanos, el espacio público ha sido objeto de infinitas reflexiones entre arquitectos, urbanistas y sociólogos. No es posible retroceder en la conquista de estos lugares comunes sin generar una oposición contundente. Por ello, la limitación del uso de los mismos se proyecta con la utilización del diseño arquitectónico como herramienta de control. Plazas sin sombra, bancos sin respaldo, ausencia de fuentes, pavimentos duros, ocupación por parte de bares y restaurantes, esculturas, señalética y mobiliario urbano estéticamente desplegado…todas ellas surgen como formas de intervención que van más allá de la propia materialidad del espacio. Parecen herramientas que en manos de técnicos inhabilitados para la reflexión crítica, se convierten en armas contra los pretenciosos intentos de constituir una comunidad en torno a cosas comunes.

Invasión del espacio público

(*)La redacción de este artículo es puramente divulgativa. Puedes compartirlo en cualquier medio siempre y cuando cites el lugar donde lo has encontrado.

Notas:

[1] En este sentido es interesante contrastar las fechas que Peter Sloterdijk y la economista y socióloga Saskia Sassen establecen para contabilizar el inicio de la globalización contemporánea. Sloterdijk argumenta las fechas de 1945 y 1974 como la del final de la II Guerra Mundial y la segregación de las últimas colonias portuguesas por la Revolución de los Claveles, respectivamente en clave histórica. Saskia Sassen por su parte, establece la etapa de los gobiernos liberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan como el punto de inflexión hacia una política de desregulación y de ruptura con los acuerdos tomados en Bretton Woods, los cuales sitúa en el final de la etapa constitutiva de los Estados Nación. También Sloterdijk hace referencia a la globalización actual como el final de los grandes relatos propios de las grandes empresas nacionales, pero no desde la perspectiva político económica de Sassen.

[2] Y otros muchos desde Nietzsche

[3] En este sentido es de especial interés la tesis del arquitecto Rem Koolhas, “Delirios de Nueva York” (Kolhaas, 2005), en la que expone la teoría de que el parque de atracciones de Coney Island fue el laboratorio donde se ensayó el modo de vida único de la sociedad del siglo XX, aquella en la que el ocio formaría parte de la economía productiva de la ciudad. Según su tesis, el cierre de este parque de atracciones llevaría a que los promotores del mismo trasladaran a la ciudad de Manhattan el mismo modelo, pero esta vez hibridado con las funciones productivas y residenciales que antes estaban segregadas del uso de ocio de la isla.

[4] Un concepto que también podemos encontrar en la literatura de Saskia Sassen, cuando clasifica las ciudades globales en ciudades Alfa, Beta y Ganma, estableciendo relaciones equipotenciales entre ellas.

Bibliografía citada:

Kolhaas, R. (2005). Delirios de Nueva York. Gustavo Gili.
Muñoz, F. (2008). Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales. Gustavo Gili.
Sassen, S. (2010). Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales. Katz Editores.
Sloterdijk, P. (2007). En el interior del mundo del capital. Siruela.
Sloterdijk, P. (1994). En el mismo barco. Siruela.
Sloterdijk, P. (2006). Esferas III. Siruela.
Tiqqun; (2005) Teoría del Bloom. Melusina

1 comentario
  1. CARLOS SÁNCHEZ SERRA dijo:

    Sin duda alguna, lo mas importante en un proyecto de urbanismo es tener una visión de futuro correcta lo que implica un amplio conocimiento de las necesidades sociales y del desarrollo tecnológico.

Deja un comentario